Agenda Mercosur
Entre tensiones ideológicas y acuerdos concretos, la reciente cumbre del Mercosur en Buenos Aires puso en evidencia el rumbo incierto del bloque. El dilema entre apertura unilateral y cooperación estratégica marca el futuro de la región en un mundo en reconfiguración.
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Con la entrega de la presidencia pro tempore a Brasil, concluyó en Buenos Aires una de las cumbres más tensas del Mercosur en los últimos años. El presidente argentino Javier Milei cerró su gestión con duras críticas a la estructura del bloque, al que calificó de “burocracia elefantiásica”, mientras propuso avanzar hacia una mayor apertura comercial “con o sin” los socios regionales. En contraste, Luiz Inácio Lula da Silva asumió la conducción del bloque con un discurso que recupera la visión integradora de los orígenes del Mercosur: más política industrial, más cooperación ambiental y más acuerdos multilaterales.
La cumbre estuvo atravesada por la creciente guerra comercial global, marcada por el giro proteccionista de Estados Unidos y las tensiones crecientes entre grandes bloques económicos. Frente a ese escenario, la firma del acuerdo con la EFTA —un mercado sofisticado compuesto por Suiza, Noruega, Islandia y Liechtenstein— aparece como un paso pragmático hacia la diversificación. Mientras Milei propone avanzar en tratados bilaterales que habiliten la competencia sin restricciones, Lula apuesta por una estrategia de inserción más equilibrada, con acuerdos multilaterales y alianzas estratégicas que permitan negociar en bloque. La disputa revela dos modelos: uno que concibe el comercio como libertad individual sin resguardos productivos, y otro que lo entiende como herramienta de desarrollo, con reglas que protejan al trabajo y a las pymes regionales.
El contrapunto no es nuevo, pero se profundiza en un contexto donde América del Sur necesita reposicionarse frente a la fragmentación del sistema comercial internacional. En ese marco, el acuerdo con la Unión Europea, aún inconcluso, vuelve a escena como una prueba clave: si el bloque no logra articularse para negociar en conjunto, la alternativa será una integración debilitada, con países forzados a competir entre sí en condiciones desiguales.
El Mercosur se encuentra, así, ante una encrucijada. La opción no es entre cerrar o abrir, sino entre hacerlo con inteligencia o con subordinación. La agenda futura debe incluir no solo más comercio, sino también más coordinación, más inversión en ciencia y tecnología, y más políticas productivas comunes. Porque sin agenda común, no hay destino común.