Con invertir no alcanza.
La innovación y la vinculación tecnológica son componentes esenciales en el proceso de madurez digital de una empresa.


La innovación y la vinculación tecnológica son componentes esenciales en el proceso de madurez digital de una empresa. Sin embargo, para impulsar una verdadera revolución productiva, el foco debe estar en la competitividad sistémica.
Existen empresas innovadoras y disruptivas que, sin el respaldo de una estructura meso-competitiva, no logran consolidar su diferencial de valor. El verdadero desafío radica en eliminar las barreras de entrada a los mercados meta y a los mercados de factores, permitiendo un desarrollo sostenido y escalable.
Transformar conocimiento en producción y rentabilidad no es un proceso rápido ni sencillo. En un contexto dominado por el crecimiento exponencial de los unicornios tecnológicos y las economías de plataforma, es fácil perder de vista la inversión de largo plazo que requiere la industria. A esto se suman el capital hundido del sector productivo y la inversión social en ciencia y tecnología, junto con la infraestructura estratégica de los estados en sus distintos niveles.
Las inversiones en ciencia básica y la formación de capital humano son tareas de carácter generacional, donde docentes e investigadores se convierten en recursos estratégicos tanto para las empresas como para los países.
El desafío está en construir espacios de diálogo en los que el tejido productivo y los sistemas académicos interactúen, generando vínculos estratégicos basados en diagnósticos precisos de capacidades productivas y competitivas, apostando por ciclos de planeamiento a largo plazo.
Otro reto crucial es la velocidad, flexibilidad y confiabilidad de las relaciones humanas e institucionales para adaptar los procesos de deliberación política al ritmo acelerado de transformación del mundo globalizado y la tecnología.
La gran pregunta es: ¿Seremos capaces de fortalecer la educación y convertirla en una verdadera ventaja competitiva?