Diplomacia agrícola

El acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur vuelve al centro del tablero global. Tensiones ambientales, asimetrías comerciales y la defensa agrícola condicionan su destino, en un escenario atravesado por disputas geopolíticas y desigualdades estructurales Norte-Sur.

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La reciente visita del presidente Lula da Silva a Francia reactivó la discusión sobre el postergado acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Con Brasil próximo a asumir la presidencia del bloque sudamericano, la estrategia diplomática de Lula se centró en reimpulsar las negociaciones con énfasis en el comercio agrícola, la transición verde y la cooperación birregional. Sin embargo, las objeciones del presidente Emmanuel Macron volvieron a exponer las tensiones históricas que arrastra este proceso.

Francia insiste en introducir "cláusulas espejo" que garanticen que los productos del Mercosur cumplan las mismas exigencias ambientales que los europeos. El núcleo del conflicto reside en el temor del sector agrícola europeo a una competencia que consideran desleal. No es un debate técnico, sino profundamente político: ¿cómo armonizar reglas cuando las condiciones de desarrollo son radicalmente desiguales?

Desde una óptica cepalina, estas tensiones confirman la vigencia de la teoría de la dependencia. La integración periférica al comercio internacional sigue atada a la exportación de materias primas, en condiciones dictadas por las potencias centrales. Mientras Europa busca asegurar su seguridad alimentaria y estándares ambientales, el Mercosur presiona por el acceso a un mercado que históricamente le ha impuesto barreras no arancelarias.

Este patrón tiene antecedentes en la historia de las negociaciones multilaterales. La Ronda de Tokio (1973–1979) y, especialmente, la Ronda de Uruguay (1986–1994), marcaron el ingreso del comercio agrícola a la agenda de la OMC, visibilizando los subsidios internos y las prácticas proteccionistas de los países desarrollados. Desde entonces, la liberalización efectiva del agro ha sido una promesa incumplida, con avances desiguales y resistencias fuertes desde Europa y Estados Unidos.

En este contexto, el acuerdo UE-Mercosur no es simplemente un tratado comercial, sino un escenario donde se enfrentan modelos de desarrollo, demandas históricas de equidad y nuevas reglas del juego impuestas por la crisis climática. Lula apela al multilateralismo y a la cooperación Sur-Sur, pero se encuentra con un bloque europeo que protege su agricultura como activo estratégico. La “diplomacia agrícola” del siglo XXI se juega en múltiples tableros: en las cancillerías, en las calles de París, y en los campos de soja y carne del Cono Sur. Su desenlace revelará no solo el futuro del acuerdo, sino el lugar que América Latina ocupa en la geopolítica del desarrollo