Dólar soja y geopolítica

La guerra comercial entre Estados Unidos y China reconfiguró el mapa sojero global. Mientras los productores norteamericanos protestan contra Trump por los aranceles, Argentina y Brasil capitalizan el momento y multiplican sus exportaciones, en un escenario donde la política define la competitividad.

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La soja, más que un grano, es un termómetro de la economía global. En el corazón del cinturón agrícola de Estados Unidos, los farmers enfrentan una de las peores crisis en décadas: China, su principal cliente, dejó de comprarles. La decisión no fue técnica ni climática, sino política. En respuesta a los aranceles impuestos por Donald Trump, Beijing aplicó represalias con tasas de hasta 34% a la soja estadounidense, dejándola fuera de juego frente a la producción sudamericana.

Las cifras hablan por sí solas. Hasta 2024, China absorbía casi una cuarta parte de la soja producida en Estados Unidos, generando ingresos por más de 12.500 millones de dólares. Hoy, ese mercado se esfumó. Jim Sutter, del Consejo de Exportación de Soja de EE.UU., lo resumió con crudeza: “Se nos acaba el tiempo”. La cosecha avanza, pero los silos se llenan sin compradores.

Los productores se movilizan, acusan a Trump de haberlos dejado sin mercado y rechazan los subsidios de emergencia que propone la Casa Blanca. “No queremos limosnas, queremos trabajar”, lanzó Brian Warpup, agricultor de Indiana. El malestar rural, base electoral tradicional del trumpismo, amenaza con convertirse en un boomerang político.

Mientras tanto, Argentina y Brasil ocupan el espacio vacío. Con el llamado “dólar soja” y la reducción temporal de retenciones, Buenos Aires incentivó exportaciones récord. En apenas semanas, traders chinos aseguraron al menos diez nuevos cargamentos argentinos. Brasil, por su parte, alcanzó volúmenes históricos: tres de cada cuatro barcos sojeros que salen de sus puertos tienen como destino el gigante asiático.

El beneficio es doble: los sudamericanos ganan competitividad por precio y por disponibilidad. Para Beijing, diversificar proveedores no es solo un negocio, es seguridad alimentaria. La soja se convierte así en un puente geopolítico que trasciende los contratos comerciales.

Pero la postal no está exenta de contradicciones. Mientras se multiplican los embarques hacia China, en Argentina los molinos y plantas de crushing advierten sobre falta de materia prima para procesar localmente. El boom exportador fortalece las reservas del Banco Central, pero tensiona la industria que agrega valor.

La conclusión es clara: la soja dejó de ser un commodity más. Hoy es un tablero donde se cruzan estrategias de poder, competitividad industrial y política internacional. En ese tablero, Argentina y Brasil aparecen como ganadores coyunturales. La incógnita es cuánto durará la oportunidad y quién sabrá capitalizarla para transformar un viento de cola en un proyecto sostenido de desarrollo.