Donde arde el crudo

La amenaza iraní de cerrar el estrecho de Ormuz sacudió los mercados globales. Mientras Teherán juega al límite, el petróleo sube, la inflación acecha y el Sur global vuelve a pagar el precio de los conflictos ajenos.

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En un nuevo episodio de la geopolítica energética, Irán volvió a colocar su dedo sobre el grifo del mundo. El Parlamento iraní votó a favor del cierre del estrecho de Ormuz, paso obligado del 20 % del petróleo global, en respuesta a los recientes ataques de Estados Unidos e Israel sobre instalaciones nucleares en su territorio. Aunque la medida debe ser aún aprobada por el Consejo Supremo de Seguridad, la sola amenaza desató un sismo financiero: el barril Brent trepó más de 3 % y las bolsas asiáticas cerraron con fuertes caídas.

Desde la Guerra del Golfo que el estrecho no era un punto tan sensible. Su clausura efectiva podría disparar el crudo a niveles de 130 o incluso 150 dólares, según alertan analistas energéticos. El problema no es solo el precio: el mundo entero, especialmente los países del Sur, depende de ese flujo para sostener su matriz energética. La inflación importada, los aumentos en transporte y alimentos, y la presión sobre los bancos centrales se activan como piezas de dominó.

La jugada iraní tiene, sin embargo, más de gesto político que de estrategia real. Cerrar Ormuz significaría también asfixiar su economía: más del 80 % de sus exportaciones energéticas salen por ese paso. China, su principal comprador, quedaría virtualmente desconectada. Pero el gobierno de Raisi apuesta a tensar la cuerda y recuperar centralidad frente a sus crisis internas: inflación del 40 %, apagones, pobreza y un creciente descontento social.

Para América Latina y el sur global, la historia vuelve a repetirse: tensiones ajenas con costos propios. Argentina, por caso, podría ver encarecido el gas importado y enfrentar mayores tensiones en su balanza comercial. Lo mismo aplica a Brasil, India, Sudáfrica o México, que importan energía para sostener su industria.

El estrecho de Ormuz es más que un canal marítimo: es una línea delgada entre la diplomacia y la catástrofe. Irán amenaza con cerrar la canilla. El mundo se pone nervioso. Y mientras las potencias juegan ajedrez con petróleo, los pueblos del sur miran cómo la factura de luz sube sin haber encendido una sola vela de guerra.