Dos brújulas
En la sala solemne de la ONU, Brasil abrió el debate y marcó el pulso: un mundo de muchos centros y reglas compartidas frente a otro de fronteras blindadas y primacía estratégica. Gesto a gesto, palabra a palabra, se leyó la geopolítica.
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Entre rascacielos y banderas: la llave brasileña en Nueva York
Brasil tenía la llave simbólica de la apertura y Lula la hizo girar con gesto ritual. En la gran sala se mezclaban los murmullos de las traducciones, el roce de los papeles y el brillo distante de las placas doradas. El presidente brasileño tomó ese escenario con mirada serena y hojas impresas, la cadencia de un estadista que busca sumar voluntades. No alzó la voz: moduló. Convocó a la Asamblea y al Secretario General como aliados y puso nombre a los verdaderos adversarios: el hambre y la pobreza. La escena, más que un discurso, se percibió como una invitación a un pacto colectivo.
La mano abierta y el puño cerrado
El gesto de Lula es la palma abierta cuando afirma que democracia y soberanía “no son negociables”. Simbolismo de artesano: hilar una coalición contra el hambre, proponer impuestos globales, pedir menos armas y más desarrollo. Trump, en cambio, sube con la anécdota del teleprompter roto para reforzar un tono desafiante. Sus dedos señalan, sus frases se martillan en cifras: “cero” ingresos ilegales, “siete” guerras terminadas, “la economía más fuerte”. El cuerpo político habla: la mano abierta para pactar, el puño cerrado para imponer.
Mapas y martillos
Lula traza un mapa de interdependencias: Gaza como derrota del derecho humanitario, Ucrania sin salida militar, plataformas digitales que requieren regulación, IA con gobernanza multilateral. La palabra “alianza” es verbo y arquitectura. Trump ofrece martillos: tarifas como política exterior, sanciones como pedagogía, fronteras como garantía de seguridad. En su narrativa, la ONU fracasa porque “solo escribe cartas”, mientras él negocia acuerdos y ordena a los actores. Dos estrategias para administrar la incertidumbre: diseñar reglas compartidas o multiplicar transacciones bilaterales.
Selvas y taladros
Cuando Lula invoca a Belém como “la COP de la verdad”, coloca la Amazonia en el centro de la conversación climática. Habla de deforestación reducida, de bosques en pie como activo global, de deuda ecológica. Trump contrapone el mantra “drill, baby, drill”: petróleo, carbón, gas como salvación económica inmediata. Uno ve en el clima un régimen de justicia; el otro, un lastre impuesto por ingenuos. La metáfora es nítida: selvas que prometen futuro o taladros que perforan presente.
Surcos y murallas
El Sur Global aparece como sujeto en el discurso brasileño: África y su deuda, CELAC y BRICS como polos, el hambre como enemigo compartido. El estadounidense coloca murallas: inmigración cero, criminalización de refugiados, advertencias de que “sus países se están yendo al infierno”. Donde Lula ve integración regional, Trump advierte invasiones. La diferencia no es solo ideológica: se traduce en políticas que habilitan voces periféricas o que las subordinan a la lógica del centro.
Dos brújulas en la sala
La ONU, escenario y espejo, devolvió el contraste. Un presidente que, desde el trópico, invita a ensanchar la mesa —Europa, África, ASEAN, CELAC, BRICS, G20— y otro que, desde el norte, exige que la mesa gire a su pulso. Entre ambas brújulas se juega la década: o reescribimos reglas desde una pluralidad incómoda pero fecunda, o normalizamos la excepcionalidad permanente, con fronteras abiertas a capitales y cerradas a personas.
La verdadera noticia no fue lo que se dijo, sino cómo se dijo. En el mármol de la ONU se reflejaron dos modos de habitar el poder: la diplomacia como tejido o la fuerza como mandato. Y el mundo, esa sala solemne, tomó nota.