Economía en libertad
En tiempos donde la palabra libertad se ha vaciado en los discursos económicos, Aldo Calliera nos invita a recuperarla como experiencia vital y comunitaria. La Economía de Comunión no niega la gestión ni la competitividad, sino que las orienta hacia un horizonte distinto: una empresa que sigue siendo eficiente, creativa y capaz de sostenerse en el mercado, pero que ya no pone la renta en el centro, sino la dignidad humana. Allí, la ganancia no desaparece: se convierte en medio y no en fin. La libertad, lejos de confundirse con la ley del más fuerte, se vuelve posibilidad de encuentro, reciprocidad y justicia.
SOCIAL
GloCal


—¿Cómo definirías, desde tu experiencia, qué es la Economía de Comunión y qué la diferencia de otras formas de emprender con impacto social?
—La Economía de Comunión forma parte de las llamadas nuevas economías. No es el único movimiento, pero comparte la búsqueda de una economía más humana que ponga en el centro a la persona. Propone otra forma de hacer empresa, distinta tanto del capitalismo como del comunismo. Su principal rasgo es poner a la persona en el centro, antes que la renta. La ganancia no desaparece, pero deja de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio orientado al bienestar humano.
Se diferencia de la visión tradicional de la economía porque no reduce a la persona a un número o a una herramienta más, sino que la reconoce en su dignidad intrínseca. Aunque la economía siempre fue una ciencia social, muchas veces se la trató como una ingeniería de fórmulas y estadísticas. La EdC, en cambio, busca restituir el carácter humano: entiende que las personas no son únicamente un recurso para el negocio, sino el verdadero centro de la actividad económica.
Este enfoque nació en 1991, en el contexto de la caída del Muro de Berlín y la aparente victoria del capitalismo. En medio de la euforia de los “años noventa”, se levantó una voz disonante que planteó que el capitalismo no resolvería todos los problemas de la humanidad. En ese marco histórico surge la EdC como respuesta alternativa.
Otro rasgo distintivo es que en esta visión no hay quien da y quien recibe de forma pasiva, sino que todos somos necesitados y a la vez capaces de dar. La necesidad se concibe también como un don: quien la expresa ofrece algo valioso al otro, porque genera una oportunidad de encuentro y reciprocidad. Incluso quien no tiene nada material para compartir puede ofrecer tiempo, escucha o compañía.
—¿Qué principios guían la toma de decisiones en una empresa que adhiere a la EdC?
—El principio central es la centralidad de la persona. A partir de ahí, los valores dependen del contexto y de la realidad concreta de cada empresa. La EdC no es un conjunto rígido de prácticas ni una técnica a aplicar: es una manera de ver la realidad, la historia, la empresa y la vocación del empresario.
Con esa mirada, las decisiones se adaptan y pueden usar cualquier técnica lícita coherente con esos valores. En el reparto de utilidades también hay libertad: no existe un modelo único. De hecho, el nombre completo es Economía de Comunión en la Libertad. Esto es clave, porque “economía de comunión sin libertad sería parecido al comunismo, y economía en libertad sin comunión se parecería al capitalismo”.
En nuestra empresa, por ejemplo, parte de las utilidades se destinan al crecimiento propio —porque creemos que una empresa con valores debe crecer, ser competitiva y dar más trabajo—, otra parte se usa para difundir esta cultura mediante cursos, congresos y medios de comunicación, y finalmente, una porción se destina a personas necesitadas, que es uno de los motivos fundacionales de nuestra tarea.