El átomo en disputa

El proyecto de privatización parcial de Nucleoeléctrica Argentina reabre el debate sobre soberanía energética, ciencia y Estado. Entre promesas de eficiencia y alertas por desmantelamiento, el país enfrenta una decisión que trasciende lo económico: qué modelo de desarrollo quiere sostener en el siglo XXI.

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Argentina vuelve a colocarse ante un dilema estructural: ¿la energía nuclear es un activo estratégico o un negocio más? El anuncio del gobierno nacional de vender hasta el 44 % de Nucleoeléctrica Argentina S.A. (NASA), operadora de Atucha I, Atucha II y Embalse, reinstala un viejo debate sobre el rol del Estado y la frontera entre eficiencia y soberanía.

El argumento oficial se apoya en la necesidad de atraer capital privado para reactivar inversiones, modernizar instalaciones y avanzar en nuevos desarrollos, como el reactor modular CAREM. La narrativa de la “modernización” se entrelaza con la idea de que el Estado debe limitarse a ser regulador y no empresario. El presidente de NASA, Demian Reidel, insiste en que la participación privada “no compromete el control estatal”, sino que lo potencia.

Sin embargo, los cuestionamientos no tardaron en llegar. Desde la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), sectores científicos y sindicatos del sector nuclear advierten que el proyecto podría significar la pérdida de una política de Estado sostenida durante más de seis décadas. No se trata solo de vender acciones, dicen, sino de renunciar a un modelo de conocimiento público acumulado, que permitió a la Argentina dominar el ciclo completo del combustible nuclear y exportar tecnología.

La tensión central no pasa por el porcentaje de privatización, sino por el paradigma que la impulsa. En nombre de la “eficiencia”, se abre la puerta a la lógica del mercado en un ámbito históricamente guiado por la cooperación científica y la planificación a largo plazo. En un contexto global donde los países revalorizan la energía nuclear como alternativa estratégica y limpia, Argentina corre el riesgo de desarticular una ventaja comparativa construida con paciencia.

La experiencia internacional ofrece señales claras sobre los límites de la autorregulación del mercado en sectores estratégicos. Desde el colapso de Enron a comienzos del siglo XXI —emblema del descontrol financiero y la manipulación contable en la liberalización energética estadounidense— hasta los recientes apagones en Europa provocados por la especulación y la concentración del suministro, la historia demuestra que la eficiencia privada sin control público puede derivar en vulnerabilidad sistémica. Cuando el Estado se retira, pierde no solo capacidad de inversión, sino también de regulación, planificación y resguardo del interés colectivo, pilares esenciales en infraestructuras críticas como la energía.

El debate excede lo técnico. Es una discusión sobre el tipo de desarrollo que el país desea. Entre la urgencia fiscal y la visión estratégica, el átomo argentino vuelve a ser símbolo de una encrucijada: la de un país que oscila entre privatizar su futuro o apostar por la autonomía productiva, científica y tecnológica.

El desafío, en definitiva, es decidir si la energía nuclear seguirá siendo un bien público o un negocio más en el mercado energético global.