El camino hacia la edad de oro
Trump promete una reindustrialización basada en aranceles y soberanía productiva. Más allá de Estados Unidos, el mensaje interpela a América Latina: ¿protección estratégica o aislamiento? El debate reabre una pregunta clave para los países en desarrollo sobre cómo construir desarrollo industrial en un mundo fragmentado.
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El anuncio de Donald Trump sobre una inminente “edad de oro” para la manufactura estadounidense no es solo una consigna de política económica interna. Es, ante todo, una definición de camino al desarrollo. Un sendero que rompe con el consenso multilateral de las últimas décadas y propone que la recuperación industrial se logra replegando fronteras comerciales, utilizando aranceles como herramienta central y subordinando el comercio internacional a una lógica de poder nacional.
La propuesta merece atención especial en los primeros párrafos por lo que sugiere —y por lo que omite— a los países en vías de desarrollo de la región. Trump no plantea un retorno nostálgico al proteccionismo clásico, sino una estrategia de unilateralismo selectivo: Estados fuertes que imponen reglas, negocian desde la asimetría y utilizan el mercado interno como palanca para disciplinar cadenas globales de valor. El mensaje implícito es claro: en un mundo fragmentado, el desarrollo no surge de reglas comunes sino de la capacidad de imponer condiciones.
En sus declaraciones, el presidente estadounidense sostiene que los aranceles permitirán atraer inversiones, recuperar empleos manufactureros y revertir décadas de deslocalización industrial. La narrativa apela a una experiencia compartida: la pérdida de tejido productivo y de empleo industrial como costo social de la globalización. Sin embargo, economistas y analistas advierten que esta estrategia introduce un factor crítico de incertidumbre. La discrecionalidad arancelaria, aplicada fuera de marcos previsibles, complica decisiones de inversión y encarece insumos clave para la propia industria que se busca proteger.
Desde la perspectiva del sistema multilateral —construido en torno al GATT 94 y luego la OMC— el giro es significativo. Principios como previsibilidad, no discriminación y reglas estables son reemplazados por una lógica de negociación permanente y presión política. Para Estados Unidos, esta estrategia es viable por su peso económico y militar. Para América Latina, el riesgo es otro: copiar el diagnóstico sin tener la capacidad de ejecución.
La región debería observar con atención no solo los aranceles, sino lo que Trump no menciona: el rol del Estado como inversor tecnológico, la articulación entre industria y conocimiento, y la construcción de capacidades productivas de largo plazo. Sin esos pilares, el proteccionismo puede derivar en encierro, inflación y pérdida de competitividad.
La “edad de oro” que promete Trump abre un debate incómodo pero necesario. No se trata de elegir entre apertura irrestricta o cierre defensivo, sino de preguntarse qué tipo de desarrollo es posible para países periféricos en un mundo donde el multilateralismo se debilita. El verdadero camino no está en imitar al centro, sino en construir estrategias propias con reglas claras, integración regional y visión productiva.
