El despertar digital
El Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial 2025 muestra una región en movimiento: mientras unos países avanzan hacia la soberanía tecnológica, otros apenas se conectan. Entre pioneros, adoptantes y exploradores, el futuro digital latinoamericano se define entre brechas y oportunidades.
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GloCal


El Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA) 2025, elaborado por la CEPAL y el Centro Nacional de Inteligencia Artificial (CENIA), no solo mide tecnología: mide capacidad de desarrollo. A través de cien subindicadores agrupados en tres dimensiones —factores habilitantes, investigación y adopción, y gobernanza—, el informe revela que América Latina está lejos de ser homogénea.
Chile, Brasil y Uruguay encabezan el ranking como pioneros, con ecosistemas consolidados, inversión pública y políticas nacionales activas. En la segunda línea aparecen Colombia, Costa Rica, Argentina, Perú y México, adoptantes que avanzan, aunque con brechas internas. En la base, Guatemala, Honduras y Bolivia aún dependen de infraestructura mínima y de marcos regulatorios incipientes.
El ILIA agrupa a los países en tres categorías: pioneros (más de 60 puntos), adoptantes (entre 35 y 60) y exploradores (menos de 35). Esa clasificación, sin embargo, no se reduce a un ranking técnico. Expone un dilema político: ¿quién define el rumbo de la inteligencia artificial en la región —los gobiernos, las empresas o los algoritmos importados?
En el promedio, América Latina invierte apenas el 1,12% del gasto mundial en IA, pero concentra el 15% de las descargas globales de aplicaciones generativas. Es decir: se usa, pero no se desarrolla. La alfabetización digital avanza, pero la formación especializada retrocede; la conectividad mejora, pero la infraestructura de cómputo sigue concentrada.
Desde la mirada de GloCal, el ILIA 2025 es un espejo del modelo productivo regional: una región que consume innovación, pero no siempre la produce. Sin políticas públicas activas, la inteligencia artificial corre el riesgo de replicar las asimetrías históricas de América Latina: dependencia tecnológica, baja inversión en ciencia y fuga de talento.
El desafío no es solo técnico, sino cultural y estratégico. La inteligencia artificial ya es parte de la economía, de la educación y del poder político. Lo que está en juego, más allá de los puntajes, es la posibilidad de que el continente produzca su propia inteligencia, con voz y datos propios, y que el futuro digital deje de escribirse desde el norte para empezar a programarse desde el sur.
