El precio invisible del liderazgo
Detrás de cada decisión valiente hay un silencio que pesa. La soledad del líder es un fenómeno emocional real que merece ser visibilizado.
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Liderar es asumir una responsabilidad enorme. Significa tomar decisiones que impactan en personas, proyectos, comunidades. Es sostener una visión, orientar procesos, y muchas veces, cargar sobre los hombros el riesgo de equivocarse. Pero hay algo que raramente se menciona: el costo emocional del poder.
Quien lidera suele hacerlo desde la exposición, la exigencia y la necesidad de mostrar fortaleza constante. Pero en ese esfuerzo, muchos líderes se aíslan. No por falta de gente alrededor, sino por la ausencia de espacios verdaderos de conversación. A medida que crece la autoridad, disminuye la posibilidad de hablar con libertad. Aparece la máscara del rol. El cuidado excesivo. El “no mostrar debilidad”.
Desde la psicología organizacional y el coaching ontológico, comprendemos este fenómeno como una forma de soledad estructural del liderazgo. No es una falla del carácter. Es una consecuencia lógica de ocupar un lugar simbólico donde no siempre se puede decir todo, ni compartir todo. Y sin embargo, no reconocer esta dimensión deja al líder más expuesto a la fatiga, al desgaste emocional y a la pérdida de sentido.
Como decía Manfred Kets de Vries, uno de los pioneros en liderazgo y psicoanálisis: “Cuanto más alto se sube, más silencioso se vuelve el entorno”. Por eso, más que nunca, necesitamos humanizar el liderazgo. Aceptar que el líder también duda, también teme, también necesita contención.
El coaching ontológico ofrece herramientas para recuperar esa conexión con uno mismo y con otros. A través de conversaciones significativas, preguntas poderosas y espacios de reflexión, es posible romper el aislamiento sin perder el rol. Porque un liderazgo saludable no es el que se aísla para sostener, sino el que se rodea para crecer.
Y en tiempos donde liderar es más difícil que nunca, recordar que no se está solo —y que no se debe estar solo— puede ser el primer acto verdadero de liderazgo.
Solo así construiremos culturas organizacionales maduras, humanas, sostenibles.