Estudiar poco, aprender mucho: ¿es posible? Entre hábitos, tiempo libre y capital cultural

La formación técnica no depende solo de las horas de taller o del tipo de maquinaria disponible.

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La formación técnica no depende solo de las horas de taller o del tipo de maquinaria disponible. También se define en lo que ocurre fuera del aula: cómo estudian los jóvenes, qué consumen en su tiempo libre, qué herramientas culturales tienen para interpretar el mundo. Ahí se juega, en gran parte, su futuro laboral.

Uno de los hallazgos más reveladores del informe que da origen al libro Educación y Mercado de Trabajo es que los estudiantes de escuelas técnicas dedican muy poco tiempo al estudio por fuera del horario escolar. La mayoría de los entrevistados reconoce que estudia "lo justo para zafar", con estrategias de memorización rápida, uso de resúmenes hechos por otros y una fuerte dependencia del celular para buscar respuestas rápidas, sin verificar fuentes.

Este uso instrumental del estudio no es casual. Está directamente vinculado a las condiciones sociales y culturales de los jóvenes. Muchos provienen de hogares donde no hay un espacio físico adecuado para estudiar, ni adultos con experiencia académica que puedan acompañarlos. Además, la presencia de tareas domésticas, trabajo informal o el cuidado de hermanos menores limita seriamente el tiempo disponible para el aprendizaje autónomo.

A esto se suma el uso intensivo de las redes sociales: el 100% de los estudiantes declaró usarlas todos los días, y una parte significativa pasa más de 4 horas diarias conectada. Instagram, TikTok y YouTube son los entornos predominantes, donde circula un tipo de contenido que rara vez estimula la reflexión profunda o el pensamiento crítico.

En contraste, la lectura de libros, revistas especializadas o diarios digitales es prácticamente inexistente. Apenas un 20% de los entrevistados dijo leer con cierta frecuencia. Esto evidencia una fuerte asimetría en el acceso al capital cultural, que incide de forma directa en la comprensión de textos técnicos, en la escritura de informes y en la apropiación de saberes complejos.

¿Por qué esto debería importarle a las empresas?

Porque el mercado laboral actual y futuro no demanda solo habilidades operativas. Cada vez más, se valoran competencias como la capacidad de interpretar información, resolver problemas, tomar decisiones fundamentadas y aprender de manera continua. Y esas capacidades no se desarrollan únicamente en el taller o frente a una máquina.

Un joven que no está entrenado en la lectura crítica difícilmente pueda interpretar un manual técnico. Uno que nunca debatió en clase o participó en espacios de reflexión colectiva probablemente tenga dificultades para trabajar en equipo o comunicar sus ideas con claridad. La calidad del capital humano no se mide solo en saber hacer, sino también en saber reflexionar.

Además, el consumo cultural incide en la construcción de aspiraciones. Si las únicas referencias que los jóvenes tienen provienen de influencers o contenidos virales, será más difícil que se proyecten en profesiones técnicas o científicas. La industria necesita reinsertarse en el imaginario juvenil como un espacio de futuro, de innovación, de realización.

¿Qué podemos hacer?

La responsabilidad es compartida. Desde la escuela, es urgente fortalecer la formación en lectura, escritura y análisis. No se trata de agregar más contenidos, sino de enseñar a estudiar, a argumentar, a relacionar conceptos.

Desde el sector productivo, el desafío es involucrarse más activamente en procesos de formación integral: abrir las puertas a visitas guiadas, promover talleres culturales, proponer desafíos que combinen técnica y creatividad, y generar contenidos que dialoguen con el lenguaje juvenil sin perder rigurosidad.

Y desde la sociedad en general, es tiempo de reconocer que el tiempo libre también educa. Que no es un vacío, sino un territorio donde se juegan valores, sentidos, y capacidades.