Franco D’Ercole un peatón

Entrevista a Franco D’Ercole, arquitecto y pensador urbano.

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Franco D’Ercole es arquitecto, pero su mirada va más allá de planos y estructuras: es la de un peatón que camina las ciudades con el cuerpo y con el alma. En esta charla con Glocal, reflexiona sobre Río Cuarto, la inseguridad, el urbanismo y la necesidad de una ciudad más humana, más justa, más habitable.

Un peatón global

—Franco, en tu artículo hablás de un “peatón en el mundo”. ¿Qué significa eso?

—El peatón representa a la persona común, la que camina la ciudad, la que la vive con todos los sentidos. En estos tiempos, el peatón está atravesado por una crisis que no es solo económica o política: es una crisis del habitar. De cómo vivimos y nos vinculamos. Las ciudades, que son el mayor reflejo de lo humano, nos devuelven la imagen de una sociedad desigual, alienada, cada vez más hostil.

—¿Creés que las ciudades actuales no fueron pensadas para las personas?

—Fueron pensadas para los negocios, para el capital, no para la vida. Se planifican desde el dron, desde la lógica satelital, no desde la vereda. El urbanismo ha perdido el centro humano. Río Cuarto, por ejemplo, está creciendo sin integrar. Se expande con loteos sin servicios, sin empleo, sin espacios públicos de calidad. Eso no es ciudad: es fragmentación.

Un peatón local

—¿Y cómo ves particularmente a Río Cuarto?

—Río Cuarto todavía conserva una escala amable, pero está al borde del abismo. La gentrificación ya empezó. La inseguridad no solo es una realidad: es una sensación que perfora la psiquis colectiva. La ciudad no está preparada para los cuerpos diversos, para la neurodivergencia, para la movilidad reducida. Se vuelve excluyente, y eso es una forma de violencia urbana. Cada baldosa rota elige a quién deja caminarla.

—¿La inseguridad es solo un problema de delito?

—No. Es un síntoma. La inseguridad también es el desempleo, la informalidad, la soledad. Es el miedo de salir a la calle con tu hijo y no saber si vas a volver tranquilo. Y ahí aparecen las soluciones privadas: barrios cerrados, torres con amenities. Pero más allá del pórtico... la ciudad hostil nos espera. No se trata solo de castigar el delito, sino de construir comunidad.

Un peatón que busca pan

—Hablás mucho del trabajo. ¿Qué rol tiene en todo esto?

—El trabajo dignifica, claro, pero hoy ya ni siquiera se busca empleo: se busca pan. Hay jóvenes que caen en estafas disfrazadas de coaching financiero, otros en la delincuencia. Río Cuarto tiene un potencial enorme para generar empleo, pero el suelo industrial es cada vez más residencial. Hay que planificar con visión: conectar industria, vivienda, servicios. Pero eso requiere decisión política.

—¿Hay esperanza?

—Siempre. El río, por ejemplo, es un símbolo. Río Cuarto nunca le dio la espalda. Es un espacio público que supimos cuidar. Si alguna vez supimos abrazar el río, también podemos abrazarnos como comunidad. Una ciudad que reconoce sus barreras, puede transformarlas. Solo hace falta voluntad, mirada crítica... y caminar distinto.

—¿Cómo termina el recorrido de ese peatón?

—No se trata de encontrar un final feliz, sino de aprender a habitar en medio de las contradicciones. A mirar con otros ojos, a caminar sin mapa pero con conciencia. Una ciudad viva no es la perfecta: es la que se deja transformar. Y un peatón que despierta, es un ciudadano que ya no se resigna.