La otra cara del capital humano: Redes sociales, participación y formación ciudadana.

¿Qué hacen los jóvenes fuera de la escuela? ¿Cómo usan su tiempo libre? ¿En qué espacios participan? ¿Con quiénes se relacionan?

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¿Qué hacen los jóvenes fuera de la escuela? ¿Cómo usan su tiempo libre? ¿En qué espacios participan? ¿Con quiénes se relacionan? Estas preguntas, a menudo relegadas en los diagnósticos sobre formación técnica, son claves para entender cómo se construye —o no— el capital humano que demandan los sectores productivos.

La investigación cualitativa presentada en el libro Educación y Mercado de Trabajo incluyó un bloque específico sobre el uso del tiempo libre, los consumos culturales, la participación social y la vinculación con el entorno. Lejos de ser un anexo marginal, este eje aporta información fundamental sobre las condiciones subjetivas, sociales y simbólicas en las que se forma el perfil de los futuros trabajadores.

El dato más contundente: el 100% de los estudiantes entrevistados usa redes sociales a diario. En muchos casos, el uso supera las 4 o 5 horas por día. Las plataformas más mencionadas son Instagram, TikTok y YouTube. Los contenidos consumidos incluyen videos de humor, música, streamers y, en menor medida, tutoriales o contenidos educativos. Las redes sociales no son solo un pasatiempo: son el principal entorno cultural, social e informativo de las juventudes.

En cambio, actividades como leer libros, asistir a eventos culturales, participar en actividades comunitarias o políticas aparecen con muy baja frecuencia. Solo una minoría participa de organizaciones barriales, clubes, parroquias o centros de estudiantes. La mayoría transita su formación en un esquema bastante individualista y fragmentado, con pocos espacios de construcción colectiva fuera del aula.

Tampoco hay una identificación fuerte con el entorno local o territorial. Cuando se les pregunta por el barrio, por las problemáticas comunitarias o por la ciudad, muchos responden que no están interesados o que “nunca se pusieron a pensar en eso”. Esto habla de una desconexión entre la formación técnica y el desarrollo del sentido de pertenencia, de ciudadanía activa, de compromiso con el contexto.

¿Por qué esto es relevante para el mundo del trabajo?

Porque el capital humano no se construye solo con contenidos técnicos. También se forma —y se transforma— en los vínculos, en la participación, en la capacidad de colaborar, debatir, liderar o asumir responsabilidades colectivas. El mercado laboral no busca solo operarios competentes, sino personas capaces de integrarse a equipos, adaptarse a nuevos contextos, tomar decisiones éticas y comunicar ideas.

Además, la baja participación social y política también limita la apropiación del derecho al trabajo como una construcción histórica, social y colectiva. Muchos estudiantes no registran el rol de los sindicatos, desconocen sus derechos laborales, y tampoco visualizan que su inserción productiva pueda tener impacto en su comunidad. Esta falta de formación ciudadana empobrece la experiencia laboral y debilita el desarrollo territorial.

¿Qué rol pueden asumir las escuelas y las empresas?

Desde las escuelas, es urgente integrar propuestas que vinculen el saber técnico con la realidad social. Proyectos de aprendizaje-servicio, trabajo por proyectos con impacto comunitario, talleres de comunicación, participación en ferias, olimpíadas o propuestas municipales pueden ayudar a fortalecer el compromiso con el entorno.

Desde el sector productivo, también hay mucho por hacer: charlas con trabajadores que cuenten sus experiencias, recorridos por empresas que valoren el trabajo en equipo y el respeto por el otro, programas de voluntariado corporativo, y un enfoque formativo que incluya los valores del trabajo digno, la colaboración y la sostenibilidad.

En un mundo cada vez más interconectado y exigente, la empleabilidad se juega también en la capacidad de los jóvenes para ser parte activa de su comunidad y no meros espectadores de su realidad.