Nuevo capítulo: Bolivia
La asunción del nuevo presidente abre un ciclo que promete estabilización y reactivación productiva, pero las tensiones energéticas, fiscales y políticas plantean más dudas que certezas. Bolivia enfrenta el desafío de transformar un modelo agotado sin perder cohesión social.
SOCIAL
GloCal


Bolivia inicia una etapa que combina expectativa y cautela. La llegada del nuevo presidente marca el cierre de un ciclo político extenso, pero no resuelve de inmediato los nudos estructurales que hoy condicionan la economía: escasez de combustibles, caída del gas, deterioro de la inversión y desgaste institucional. En paralelo, el país necesita definir un rumbo productivo propio en un contexto regional altamente competitivo.
El reordenamiento económico aparece como una prioridad tan urgente como compleja. La merma en la producción de gas —pilar de la economía durante dos décadas— obliga a pensar un nuevo ciclo energético. El gobierno plantea un enfoque gradualista para garantizar abastecimiento y evitar shocks, aunque sin anunciar transformaciones estructurales. El sistema de subsidios, que funcionó durante años como amortiguador social, hoy representa una presión creciente para las finanzas públicas. En la región, los debates fiscales suelen girar en torno a cómo focalizar apoyos y mejorar la progresividad del financiamiento estatal, pero en Bolivia la discusión todavía se mantiene abierta y sin definiciones claras.
El litio, presentado como la gran apuesta estratégica, tampoco ofrece certezas inmediatas. Bolivia posee recursos abundantes, pero arrastra demoras tecnológicas, marcos regulatorios poco claros y antecedentes de proyectos inconclusos. A esto se suma un factor ineludible: la tensión geopolítica entre Estados Unidos y China por el control de las cadenas de suministro de minerales críticos en América Latina. Washington busca reducir la dependencia de Beijing y ampliar su influencia tecnológica en la región, mientras que China acelera inversiones, acuerdos y provisión de maquinaria para mantener su liderazgo. Bolivia queda en el centro de esa disputa, presionada a definir alianzas, estándares y modelos de desarrollo industrial. La nueva administración envía señales de apertura, pero deberá demostrar capacidad para transformar ese interés externo en capacidades productivas reales y no solo en enclaves extractivos.
Al mismo tiempo, sectores como el agro y la manufactura requieren medidas concretas: reducción de trabas para insumos, mejora logística y señales de previsibilidad. Las oportunidades existen, pero el clima inversor es frágil y la capacidad estatal para ejecutar políticas productivas ha mostrado límites persistentes. La necesidad de acuerdos legislativos, en un escenario político fragmentado, añade un nivel adicional de incertidumbre.
Bolivia dispone de recursos estratégicos y de una ventana de integración regional que podría ampliar su posición en energía, minería crítica y cadenas agroindustriales. Pero enfrenta un escenario donde las promesas de reactivación chocan con restricciones duras y tiempos largos. La transición que inicia definirá no solo su economía interna, sino también su lugar en América Latina.
