OMC: un mundo basado en reglas

Frente al regreso del unilateralismo comercial, Brasil vuelve a colocar a la OMC en el centro del debate global. Entre aranceles, gestos diplomáticos y disputas jurídicas, el caso Brasil–Estados Unidos expone una pregunta clave: ¿quién garantiza hoy las reglas del comercio internacional?

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En un escenario internacional cada vez más tensionado, la relación comercial entre Brasil y Estados Unidos se convirtió en un caso testigo del choque entre unilateralismo y multilateralismo. La imposición de aranceles adicionales por parte de Washington a productos brasileños —particularmente del complejo agroindustrial— reavivó un debate que trasciende a ambos países: el futuro de un sistema de comercio global basado en reglas comunes.

La decisión estadounidense de aplicar aranceles adicionales de hasta el 40 % a ciertos productos agrícolas brasileños respondió menos a criterios estrictamente económicos que a una lógica política y estratégica. Bajo el argumento de proteger a su producción doméstica y de corregir supuestas asimetrías comerciales, Estados Unidos volvió a recurrir a medidas unilaterales que tensionan los compromisos asumidos en la Organización Mundial del Comercio (OMC). En los hechos, este tipo de políticas encarece productos, distorsiona mercados y traslada la incertidumbre a las cadenas globales de valor.

En ese contexto, el gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva celebró la posterior decisión de Washington de eliminar esos aranceles adicionales, interpretándola como un gesto positivo de diálogo y distensión. Para Brasil, la quita ofreció un alivio inmediato a los exportadores y una señal de estabilidad para sectores clave de su economía. Sin embargo, el gesto bilateral no resolvió el problema de fondo.

Lejos de dar por cerrado el conflicto, Brasil optó por avanzar con una apelación formal ante la OMC, activando el mecanismo de solución de diferencias. La decisión revela una estrategia clara: aceptar soluciones coyunturales, pero defender estructuralmente el sistema multilateral. Desde la mirada brasileña, el problema no es solo el impacto económico de un arancel puntual, sino el precedente que deja la proliferación de medidas unilaterales fuera de las reglas del GATT 1994, como el principio de Nación Más Favorecida o el respeto a los aranceles consolidados.

La apelación a la OMC también tiene una dimensión política más amplia. En un mundo donde el órgano de apelación del organismo permanece paralizado y las grandes potencias avanzan con políticas comerciales discrecionales, Brasil busca reposicionarse como defensor del multilateralismo, especialmente en nombre de los países en desarrollo. No se trata únicamente de ganar una disputa, sino de sostener un marco institucional que brinde previsibilidad, equilibre asimetrías y limite el poder del más fuerte.

El caso Brasil–Estados Unidos deja una enseñanza central: sin reglas compartidas, el comercio global se transforma en un campo de disputas bilaterales permanentes. En ese escenario, la OMC no es un obstáculo, sino el último ancla de un orden internacional que todavía aspira a ser gobernado por normas y no por la fuerza.