¿Si Milei pierde?

En Washington, una frase cambió el clima: si Milei pierde, EE. UU. “no perderá tiempo” con Argentina. Entre fotos oficiales, protocolos y periodistas que irrumpen, esa advertencia pesa como sombra sobre el futuro.

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La comitiva argentina llegó a Washington envuelta en una calma tensa, como si el aire mismo contuviera expectativas. Autos negros se detuvieron frente a la Casa Blanca, las cámaras chispearon y los rostros del equipo intentaron sostener la compostura. Se podía observar a un Trump visiblemente cansado tras su viaje a Egipto, contrastando con un Milei sonriente, casi eufórico, entre el protocolo y sus gestos de rockstar. El viaje, pensado como una señal de respaldo internacional, comenzó a torcerse desde las primeras horas. Fuentes diplomáticas confirmaron demoras en el cronograma y cambios de protocolo de último momento. No hubo el despliegue tradicional de una bilateral extensa, sino saludos medidos, banderas enfrentadas y un intercambio rápido que pareció más una sesión de fotos que una reunión estratégica. En ese clima suspendido, la formalidad se volvió gesto.

El momento de quiebre llegó cuando irrumpieron los periodistas. Entre micrófonos y empujones, la cronista Nieves Zuberbühler, de TN, lanzó la pregunta que nadie esperaba: “¿El apoyo de Estados Unidos a la Argentina depende de que Milei gane las elecciones?”. Trump, con su sonrisa de vanidad y cálculo político, respondió sin titubear: “Si Milei pierde, no seremos generosos con Argentina”. Bastó esa frase para que el clima se volviera eléctrico y los mercados, horas después, lo confirmaran con su caída.

Desde la mirada glocal, el episodio sintetiza una escena de época: el poder como espectáculo y la política exterior convertida en marketing financiero. La pregunta de Zuberbühler no solo rompió el protocolo; expuso la fragilidad del vínculo entre soberanía y mercado. ¿Puede una nación sostener su rumbo si su futuro económico depende de la simpatía de un líder extranjero?

Más allá de los gestos y los titulares, hay condicionantes estructurales que atraviesan toda relación entre naciones: son los intereses del comercio internacional los que terminan dictando los ritmos de la política. En un tablero global cada vez más multipolar, los acuerdos comerciales, las rutas de exportación y las cadenas de valor pesan más que los discursos ideológicos. La geopolítica, en última instancia, sigue al dinero.

En clave continental, el gesto de Trump deja interrogantes más amplios. Si Argentina cae de su mapa de prioridades, ¿Estados Unidos se cerrará al sur o dejará espacio a otros actores? China observa con paciencia estratégica: no necesita imponer condiciones políticas para invertir, solo garantizar continuidad. Brasil y México, en cambio, han sabido sostener su dignidad institucional frente a las presiones externas. Lula impuso condiciones sin romper puentes; Sheinbaum negocia sin subordinación, consolidando una diplomacia moderna que combina autonomía con pragmatismo. Esa diferencia marca el límite entre una relación de socios y una de dependencia.

El eco de Washington no termina en la Casa Blanca. Viaja en cada titular, en cada dólar que sube o baja, y en cada argentino que se pregunta si, al final, la pregunta más incómoda no fue la de la periodista, sino la que todavía no se ha respondido: ¿qué pasa si Milei pierde?