¿Siempre es un problema de estructura?

El presidente de la UIA, Martín Rappallini, volvió a señalar las “distorsiones estructurales” como principal obstáculo de la industria. Pero, ¿hasta qué punto el diagnóstico empresarial refleja la complejidad de un país periférico en el sistema global?

INDUSTRIA

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En Mar del Plata, durante el Diálogo Empresario para el Desarrollo, el presidente de la Unión Industrial Argentina (UIA), Martín Rappallini, planteó con contundencia que la industria nacional carga con “muchas distorsiones estructurales”. En su lectura, el “costo argentino” —impuestos, legislación laboral, infraestructura deficitaria— explica por qué producir en nuestro país es un 25% más caro que en Brasil o México.

El planteo no es nuevo. Desde hace décadas, el sector industrial señala los mismos nudos: presión tributaria, convenios colectivos rígidos, falta de crédito, carencias logísticas. Lo novedoso es el contexto: Argentina atraviesa un proceso de amesetamiento productivo sin horizonte claro de crecimiento, donde la industria busca recomponer competitividad en un mundo que se reorganiza en bloques.

El espejo de la teoría centro-periferia

La pregunta que emerge es si estas “distorsiones” son meros problemas internos o si responden a un lugar estructural en la economía mundial. Raúl Prebisch ya lo advertía: los países periféricos enfrentan un intercambio desigual que condiciona sus precios relativos y los obliga a competir bajo reglas fijadas por los centros. Cuando Rappallini compara a Argentina con Brasil o México, pasa por alto que esas economías, con mayor escala y acceso a financiamiento, ocupan posiciones intermedias en la jerarquía global.

Desde la teoría de la dependencia, Theotonio Dos Santos y Ruy Mauro Marini agregaron otra capa: el subdesarrollo no es la ausencia de desarrollo, sino una forma subordinada de integración al capitalismo mundial. En ese marco, el “costo argentino” no se explica solo por impuestos o convenios, sino por un entramado donde las reglas del comercio, la tecnología y las finanzas son definidas desde el centro.

Una agenda que necesita más que eficiencia

Rappallini presentó cinco vectores —fiscalidad, legislación laboral, infraestructura, educación y financiamiento— que sin dudas son indispensables. Pero vistos desde una perspectiva desarrollista, se trata de condiciones necesarias aunque no suficientes. El problema central no es solo bajar costos, sino definir un proyecto nacional de industrialización que supere la dependencia de exportaciones primarias y genere encadenamientos productivos internos.

La UIA reclama modernizar la legislación laboral de 1976. ¿Pero puede la mera flexibilización resolver la brecha tecnológica o la restricción externa? Se habla de mejorar infraestructura, pero ¿qué sentido tiene invertir si los corredores logísticos siguen orientados a la exportación de commodities y no a potenciar cadenas de valor locales?

La trampa de la periferia

El discurso empresarial insiste en los obstáculos domésticos, como si la competitividad se resolviera en un juego cerrado de costos internos. Sin embargo, la experiencia histórica muestra que las reformas pro-mercado, aisladas del contexto global, tienden a reforzar la dependencia. El verdadero desafío para Argentina no es solo “bajar el costo argentino”, sino cambiar el tipo de inserción en la economía mundial, apostando a la innovación, la integración regional y un financiamiento que no esté subordinado al crédito externo.

Rappallini acierta al señalar que la industria no puede crecer con una presión fiscal asfixiante ni con infraestructura precaria. Pero el diagnóstico es parcial. El problema no es únicamente de estructura interna: es de estructura internacional. La Argentina, como economía periférica, carga con asimetrías que no se corrigen con ajustes puntuales, sino con una política de desarrollo capaz de disputar en el centro y fortalecer la autonomía productiva.