Trabajar hasta cansarse

Las jornadas extensas y los turnos rotativos generan un desgaste silencioso que afecta la seguridad, la salud y la productividad. La ley busca prevenirlo, pero las empresas deben traducir esa norma en organización inteligente para evitar que la fatiga se vuelva rutina.

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El cansancio dejó de ser una sensación individual: se ha convertido en una condición estructural de la producción moderna. En muchas plantas metalúrgicas, alimentarias o petroleras, los ritmos de trabajo ya no los marca el reloj humano sino la demanda del mercado. La industria no puede parar, pero eso no significa que deba hacerlo a cualquier costo. Una gestión adecuada puede mantener un ritmo competitivo y posible, donde el diseño, la ergonomía y la tecnología actúen como aliados para sostener la productividad sin quebrar la salud ni la motivación de quienes la hacen posible.

Las leyes lo advierten. La Ley 19.587 y su decreto reglamentario establecen la obligación de organizar el trabajo de modo que se reduzcan los riesgos derivados de la carga física y mental. La prevención, en este caso, no es una recomendación moral: es una estrategia de gestión. Controlar los tiempos, planificar descansos y respetar los límites biológicos es tan importante como calibrar una máquina o auditar un proceso.

Sin embargo, las PyMEs enfrentan un dilema complejo. La presión por cumplir plazos y sostener la producción con equipos reducidos suele empujar hacia esquemas que sobrecargan al personal. No es mala voluntad: es un síntoma del contexto económico y de la dificultad para traducir la norma en organización concreta. En muchas plantas, la fatiga se naturaliza; el cansancio se convierte en parte del oficio.

Desde la teoría de la administración, se sabe que el rendimiento tiene un umbral. Más horas no significan más productividad: pasado cierto punto, la fatiga reduce la precisión, aumenta los errores y dispara los accidentes. La gestión inteligente, entonces, no consiste en exigir más, sino en ordenar mejor. La calidad del descanso, la previsibilidad de los turnos y la planificación colectiva del tiempo son variables productivas tanto como el costo de los insumos o la energía.

Historias de operarios que trabajan de noche desde hace años, de supervisores que encadenan turnos o de choferes que atraviesan provincias sin dormir, muestran una verdad incómoda: el cuerpo también tiene límites. Y cuando la organización no los respeta, la empresa paga el precio en fallas, rotación y pérdida de reputación.

El desafío es cultural. Prevenir la fatiga no es aflojar el ritmo, sino sostenerlo con inteligencia. El reloj biológico también forma parte de la maquinaria industrial. Y entenderlo puede ser la clave para un futuro más competitivo… y más humano.