Trabajo, éxito y futuro: lo que imaginan los jóvenes de la educación técnica
¿Qué significa “trabajar” para un joven que cursa el último año de una escuela técnica? ¿Qué espera del mundo laboral?
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¿Qué significa “trabajar” para un joven que cursa el último año de una escuela técnica? ¿Qué espera del mundo laboral? ¿Cómo se proyecta en los próximos años? Las respuestas a estas preguntas permiten comprender mucho más que las trayectorias individuales: nos hablan del vínculo entre formación, expectativas y oportunidades reales de desarrollo productivo.
Uno de los bloques temáticos abordados en el estudio cualitativo que dio origen al libro Educación y Mercado de Trabajo indaga justamente en eso: cómo conciben los estudiantes técnicos el trabajo, qué entienden por éxito y qué imaginan para su vida en el corto y mediano plazo.
Las respuestas revelan un escenario complejo pero no pesimista. Para la mayoría, trabajar es importante. Se lo asocia con independencia económica, estabilidad, posibilidad de consumir y, en algunos casos, con ayudar a la familia. No aparece, sin embargo, un vínculo fuerte entre el trabajo y la vocación. En otras palabras, el trabajo es visto como una necesidad, no como una posibilidad de realización personal o desarrollo profesional.
En cuanto a la idea de éxito, las definiciones más frecuentes apuntan a "tener plata", "vivir cómodo", "tener una casa", "no depender de nadie". Solo algunos pocos mencionan aspectos como "hacer lo que me gusta" o "poder aportar a la sociedad con lo que sé hacer". Esta visión del éxito, atravesada por el consumo, la estabilidad y el confort, se aleja de las narrativas tradicionales sobre el mérito, el esfuerzo o la pasión por un oficio.
Esto no significa que los jóvenes estén desmotivados o carezcan de aspiraciones. Por el contrario, muchos expresan el deseo de seguir estudiando luego de terminar la secundaria, especialmente carreras universitarias como diseño, programación, ingeniería o salud. Lo llamativo es que, en muchos casos, esas proyecciones no están vinculadas a la formación técnica recibida. El perfil profesional que se construyó en la escuela no es necesariamente el que desean desarrollar en su vida adulta.
¿Qué nos dice esto como sociedad?
Que hay una brecha entre lo que el sistema técnico-formativo ofrece y lo que los jóvenes valoran o desean. Esa brecha puede estar en los contenidos, en las metodologías, pero también —y sobre todo— en la falta de experiencias significativas que conecten lo aprendido con un horizonte laboral deseable y real.
La fábrica, el taller, la industria en general no están presentes en el imaginario aspiracional de la mayoría de los estudiantes. La industria aparece como un destino posible, pero no como un destino deseado. Esto es preocupante, sobre todo en un contexto donde el sector productivo demanda cada vez más técnicos, operarios calificados y profesionales intermedios.
¿Y qué podemos hacer desde la industria?
Primero, reconocer que el problema no es solo de las escuelas. La industria también tiene una responsabilidad en la construcción simbólica del trabajo. Es necesario que las empresas abran sus puertas, cuenten sus historias, muestren su valor agregado. Que los jóvenes puedan ver que detrás de una máquina, de un plano o de un proceso, hay innovación, creatividad, trabajo en equipo y posibilidad de crecimiento.
Segundo, generar experiencias formativas concretas: pasantías reales, mentorías, programas de becas, charlas motivacionales con jóvenes profesionales del sector. La industria tiene mucho que ofrecer, pero debe aprender a contarlo en un lenguaje que los jóvenes comprendan y valoren.
Tercero, acompañar el proceso de orientación vocacional. No desde el lugar de quien selecciona futuros trabajadores, sino desde el compromiso con el desarrollo humano integral. Porque cada joven que encuentra un proyecto de vida es también una oportunidad para fortalecer el entramado productivo local.