Un peatón en el mundo
Desde la figura del peatón como testigo urbano, el arquitecto Franco D’Ercole propone una lectura crítica y poética del habitar contemporáneo. Entre desigualdad, inseguridad y fragmentación, caminar la ciudad se vuelve acto político, espejo de lo que somos.
SOCIAL
Franco D’Ercole


Mucho se ha dicho sobre las crisis que atraviesan nuestras sociedades: económica, cultural, tecnológica. Pero hay una más profunda y silenciosa: la crisis del habitar. Y con ella, la inseguridad urbana, como síntoma y como causa.
Durante décadas, las formas de habitar se transformaron al ritmo de una economía centrada en la acumulación, donde la ciudad dejó de ser un espacio de encuentro para convertirse en plataforma del capital. Así, bajo dogmas que se contradicen con los propios cambios que promueven, proliferan entornos desiguales, fragmentados, acelerados. La ciudad —máxima expresión de la creación humana— ya no contiene, sino que desborda.
Tenemos la ciudad que hemos construido, pero también la que permitimos. El crecimiento urbano desordenado, el hacinamiento, la contaminación, la desconexión entre zonas productivas y residenciales, afectan directamente la calidad de vida. Y aunque existen respuestas técnicas —desde códigos de edificación hasta tratamiento de aguas y control ambiental—, el acceso a estos derechos básicos está mediado por el dinero. La ciudad, para muchos, es un privilegio.
La historia del urbanismo ha ensayado múltiples respuestas: desde los campamentos romanos hasta las utopías del Movimiento Moderno. Cada propuesta reflejó las ideas científicas y filosóficas de su época. Hoy, frente a los efectos de la globalización, la hiperconectividad y el cambio climático, urge repensar las ciudades con foco en lo humano.
La figura del peatón se vuelve central. Es quien habita la ciudad a pie, sin blindajes, sin privilegios. En él se condensan las tensiones entre movilidad, salud, identidad y pertenencia. El peatón es el usuario, el testigo, el cuerpo que percibe y padece.
En cualquier ciudad —en Tokio o en Río Cuarto—, el desafío es el mismo: diseñar espacios para personas, no solo para autos, negocios o estadísticas. Pensar en el derecho a caminar, a vivir sin miedo, a convivir. Porque el urbanismo no es solo una cuestión de planos: es un acto político y poético a la vez.
Y hoy, ese peatón —que es cualquiera de nosotros— levanta la vista y observa su ciudad. La interroga. La recorre. Y al hacerlo, comienza a transformarla.