Un peatón en la Ciudad
Río Cuarto crece entre contradicciones: discursos inclusivos y realidades fragmentadas, promesas de desarrollo y ausencia de planificación. Desde la vereda, el peatón observa cómo el urbanismo mercantil amenaza con volver hostil a una ciudad que aún guarda escala humana.
SOCIAL
Franco D’Ercole


Río Cuarto aparece como una ciudad en expansión pronunciada, reflejo de un paradigma urbano que, lejos de priorizar el “habitar humano”, responde a lógicas mercantiles. No hay planificación integradora ni voluntad de generar una ciudad sustentable, inclusiva y multicultural. Se habla de eso, pero la realidad es otra.
Centros urbanos recargados de lujos y excentricidades foráneas conviven con periferias degradadas, guetos demográficos y barrios tradicionales en proceso de gentrificación. La mancha urbana se expande sin infraestructura, y la clase media se diluye en un mapa donde los barrios se vuelven islas, separadas por megacentros comerciales que tapan más que conectan.
Río Cuarto reproduce, a menor escala, los errores estructurales de Córdoba. Aún conserva distancias caminables, pero no por diseño sino por tamaño. La infraestructura no acompaña: urbanizaciones brotan sin servicios, sin escuelas, sin transporte. Y lo más preocupante: no hay empleo suficiente.
Los espacios productivos escasean. No se fomenta la radicación de industrias ni se facilitan herramientas para PYMES. Las zonas industriales son absorbidas por desarrollos residenciales, sin políticas de ordenamiento que protejan la actividad económica.
La ciudad funciona como puede. Los servicios públicos están estancados y responden más a una lógica recaudatoria que a una solución de fondo. Empresas constructoras levantan edificios que rompen el paisaje urbano, con ventilación mínima, sin espacios verdes, sin alma. No se trata de ir contra lo privado, sino de exigir que no sacrifiquen calidad de vida por rentabilidad.
El mayor dolor del riocuartense es la inseguridad. La violencia se agrava en una ciudad pensada desde el dron y no desde la vereda. No es solo delito: es el diseño hostil, la falta de refugio simbólico.
Este ensayo busca leer a Río Cuarto como espejo: aún estamos a tiempo. Como quien recibe el consejo de un abuelo, es momento de corregir la postura antes de que sea demasiado tarde.

